Entre el 23 y 27 de agosto se conmemora la Semana Mundial del Agua en Estocolmo. Este año 2021, el lema es “Construyendo resiliencia más rápido”. En este artículo se exponen algunas reflexiones de la autora acerca de la resiliencia de los socio-ecosistemas.
La primera vez que escuché el término “resiliencia” fue la clase de Ecología en mi tercer año de Universidad: la capacidad de un socio-ecosistema para recuperarse después de una perturbación. Luego, la clase se complicó con tasas de explotación y regeneración de los recursos naturales, capacidades de carga y cosechas óptimas; apuntando claramente a que las perturbaciones tienen un límite después del cual los sistemas no pueden recuperarse. Y con ello perdemos la innumerable cantidad de bienes, servicios e interconexiones que aseguran nuestro bienestar.
Lamentablemente, en la actualidad las perturbaciones a los socio-ecosistemas son permanentes y van en aumento, debido a las presiones provocadas como efecto del cambio global. Por ejemplo, la utilización inadecuada e insostenible del agua dulce disponible que se extrae para consumo, higiene y saneamiento, riego agrícola y abrevadero de animales, producción de energía o insumo en la industria, más el consecuente vertimiento de residuos líquidos sin tratamiento a los cuerpos de agua. También, la emisión de gases efecto invernadero que aceleran el cambio climático. La falta de acciones coordinadas en lo social, cultural, económico y ecológico, terminaremos en el agotamiento nuestros recursos.
La pregunta es: ¿cómo construir socio-ecosistemas que sean más resilientes, en un contexto en donde las relaciones entre la sociedad y el ambiente son complejas, con influencias inciertas y no causales en ambas direcciones? Incluso en ecosistemas bajo esquemas de protección estricta, hay eventos que permiten la evolución de las especies o la morfo-dinámica del paisaje, como el movimiento de los meandros de los ríos en la cuenca amazónica. Existen múltiples respuestas, pero sin lugar a equivocarnos deben partir de la comprensión de los sistemas complejos, integrados (social – natural) y en equilibrio dinámico.
Una vez aceptado el estado dinámico de los socio-ecosistemas, se debe pensar en sus posibilidades de adaptación a los posibles cambios. Un factor a tomar en cuenta es su condición y vulnerabilidad. Un ecosistema que se encuentre degradado, tendrá menos posibilidades de retornar a un estado funcional de manera rápida. Si un río ha sido intervenido con infraestructura hidráulica mal planificada, que altera su caudal natural, será menos capaz de enfrentar un episodio de contaminación cuenca abajo por el hecho de que posee menos agua para diluirla. O, igualmente, será menos resiliente para enfrentar un evento climático extremo como una inundación o sequía, amenazas que son cada vez más frecuentes e intensas.
Asimismo, si una sociedad se enfrenta a condiciones de pobreza estructural (por ejemplo, bajos ingresos, necesidades básicas insatisfechas, escaso acceso a salud y nutrición adecuada, baja calidad de educación), tendrá menos alternativas y capacidades para sobrellevar estas perturbaciones.
No sobra mencionar que los ecosistemas son redes de seguridad para las poblaciones más pobres que muchas veces dependen del agua, peces, moluscos, entre otros bienes y servicios provistos directamente de los ecosistemas como parte de su subsistencia. En consecuencia, reducir la vulnerabilidad es clave para mejorar la resiliencia.
También, debemos aumentar la diversidad. En los ecosistemas, el entramado de especies les permite recuperar sus propiedades, funciones y estructura después de una perturbación. Siguiendo la línea de los ejemplos, algunas especies de animales o plantas estarán en mejor capacidad de sobrevivir a un hábitat alterado por la contaminación o por los efectos del cambio climático. En el ámbito social, la diversificación de los medios de vida distribuye el riesgo de pérdidas y el conflicto social por recursos limitados.
La incorporación de nuevas perspectivas permite la evolución de los modos de vida y adaptaciones culturales a los cambios. Una comunidad que depende exclusivamente de la pesca, tiene menos posibilidades de ingresos que otra en donde se combina esta actividad con agricultura, turismo, microempresa y otras actividades productivas. La diversidad bien podría ser el origen de todas las posibilidades de adaptación.
Finalmente, es necesario reconocer, respetar y promover la capacidad de los socio-ecosistemas para auto-organizarse y reorganizarse. Los ecosistemas poseen intrincadas relaciones (por mencionar algunas: estrategias reproductivas, relaciones de competencia o complementariedad, nichos ecológicos), para regular su estructura y las poblaciones de especies. La sociedad, asimismo, crea comunidades, colectivos, asociaciones y otras instituciones a través de las cuales se implementan políticas, legislaciones y acuerdos para regularse y sostener lo que se considera una buena vida.
En el ejemplo, las especies de peces sobrevivientes a la contaminación o los efectos del cambio climático, ocuparán los nichos respectivos, creando nuevas comunidades ecológicas. Asimismo, las comunidades deberán re-organizar sus actividades para depender menos de la pesca como medio de subsistencia o mejorar sus prácticas productivas o cadenas de valor para mejorar sus ingresos.
La manera en la que estas cualidades (estado de conservación y vulnerabilidad, diversidad, auto-organización) se configuran, hacen que un socio-ecosistema sea más o menos resiliente. El reto es lograr socio-ecosistemas que puedan enfrentar un futuro incierto. Si tuviera que escoger una de estas tres cualidades, elegiría la capacidad de organización. Con fortalezas construidas y tiempo suficientes, un sistema llegará a acuerdos (sociales) sobre el acceso y distribución equitativa de los beneficios (ecosistémicos) que garantizará su sostenibilidad. La resiliencia no se trata de evitar los cambios, sino de prosperar gracias a ellos.
Elaborado por: María Laura Piñeiros
Para mayor información contactarse con:
María Laura Piñeiros, Coordinadora del proyecto BRIDGE –Construyendo diálogos para la buena gobernanza del agua -en la Oficina Regional para América del Sur, laura.pineiros@iucn.org
Fuente: UICN